Travesía de Shackleton I: Bahía Rey Haakon
Después de dos días protegiéndonos del viento en el puerto de Undine, fue emocionante salir de nuevo al mar, izar la vela mayor y navegar hacia el sur rumbo a la bahía Rey Haakon. Los petreles y los cormoranes volaban en el cielo. Un viento frío del suroeste azotaba las crestas de las olas. A nuestra izquierda, enormes olas rompían contra los acantilados.
Esta costa meridional de la isla es un lugar salvaje y es imposible evitar pensar en Shackleton, Worsley y los otros cuatro hombres que llegaron aquí en 1916 tras catorce días en el mar embarcados en un bote salvavidas de 6 metros. Lo lograron contra todo pronóstico.
No fue sencillo. Por un cruel golpe del destino, esa noche se desató una enorme tormenta. De repente, aquella costa salvaje y desconocida a sotavento era el último lugar donde querían estar. A lo largo de toda la noche viraron de un costado a otro, peleando por alejarse de tierra. Hambrientos, helados, agotados y acuciados por la sed, lucharon por sus vidas, achicando continuamente agua, bregando por el control del aparejo de vela básico que habían arrizado. El palo se derrumbó. Después estuvieron a punto de naufragar en la isla de Anenkov.
Tras pasar por innumerables dificultades habían sobrevivido aquel último año, pero creyeron llegada su última hora. Sin embargo, al amanecer el barco seguía a flote y, cuando el temporal amainó, viraron hacia el oeste. Esa noche accedieron a la bahía Rey Haakon.
Al llegar allí, más de un siglo después, ha sido conmovedor ver los letales arrecifes que guardan la entrada de la bahía. Y la pequeña ensenada que hay en el interior, donde arrastraron el James Caird a la orilla y pasaron su primera noche en tierra tras dieciséis días, refugiados en una pequeña cueva.
Por supuesto, ese no sería el final de la historia, porque aún debían cruzar toda una serie de montañas desconocidas y sin cartografiar para alcanzar las estaciones balleneras de la costa septentrional. Allí nos dirigimos nosotros ahora: no caminando a pie en una misión de rescate desesperada, sino viajando con esquíes, remolcando trineos cargados de alimentos, combustible, sacos de dormir y tiendas modernas.
A diferencia de Shackleton, Crean y Worsley, nosotros tenemos el lujo de poder parar de noche para acampar y descansar, y de tomarnos nuestro tiempo para disfrutar del asombroso interior glacial de Georgia del Sur. Es uno de los lugares más bellos de la Tierra, pero resulta si cabe más especial porque somos conscientes de quiénes fueron los primeros que cruzaron estas montañas.
Fotografías de Kenneth Perdigón