De Makkum a Canarias

Soltamos amarras en Makkum, Holanda, el 11 de Octubre de 2021, y hoy 19 de octubre estamos a algunas millas de Las Palmas, Islas Canarias, lugar donde nos quedaremos algunos días antes de salir nuevamente para cruzar el océano Atlántico. Luego comenzaremos a bajar hasta Puerto Williams, Chile.

Desde que comenzó nuestra navegación me he dedicado a observar el mar, la vida a bordo, y los rasgos particulares de esta embarcación. Por eso, durante los primeros días en el mar, he recordado a Bernard Moitessier, quien afirmaba que su trabajo real como navegante consistía en escuchar los susurros de su nave, que, como todos los veleros, hablaba solamente en monosílabos.

Entonces he comenzado a oír, con una oreja a barlovento, y la otra a sotavento:

El ruido de la jarcia. Una vela que se hincha con el viento. El mar bajo la proa soberbia. El agua que se desliza por el casco y que puedo observar a través de una claraboya. Las velas también se deshinchan, se oyen pasos en la cubierta. La vibración del motor… Oigo las voces del Vinson of Antarctica, que está vivo como una marioneta; con sus cabos, obenques y maniobras marineras.

Pintura de Cristian Abelli

También existe la presencia de otra filarmónica a bordo, compuesta por el mar, el viento, y las infinitas variaciones de las olas. Toda una orquesta de cámara, a veces iluminada por la luna, que es una presencia de primer grado en el paisaje marítimo. Desde la proa me siento a observar, y es especial a mirar el horizonte a medida que se suceden los días, en el fondo, ser capaz de percibir las transformaciones del paisaje, ser un testigo del cambio. Estar presente frente a la belleza más absoluta.

Cuando hemos pasado cerca de Guernsey, he vuelto a revivir la lectura de Los trabajadores del mar, libro escrito por Victor Hugo que sitúa en esa isla el drama que ocurre en el momento en que las embarcaciones a vela comienzan a ser reemplazadas por los barcos a vapor. Aparece el motor, es decir, el fuego en el mar, y todo cambia para siempre.

Pintura de Cristian Abelli

Victor Hugo visualiza tempranamente las cualidades que diferencian al navegante a vela del resto de las personas, y crea a su propio Ulises, a quien bautiza Gilliat. Este marinero solitario, Gilliat, es un héroe capaz de hablar el dialecto mismo de las mareas, es un ser que interpreta los signos del mar y que guía su alma con una brújula salvaje. Victor Hugo materializa en él todo su amor por el océano.

La ciencia, y el nuevo entendimiento del cosmos, influyen naturalmente en la percepción que tenía Victor Hugo del planeta Tierra, pero, en sus largas divagaciones sobre la Naturaleza, se percibe aún la creencia en el Dios Mar, en el Dios Viento, en la Diosa Ola y en el monstruo calamar. El libro está impregnado de su propia visión del universo y de ese panteísmo.

Si nos trasladamos al presente, soy consciente de que los navegantes necesitan de un boletín meteorológico lo más concreto posible, pero mi barómetro interno me indica que a la meteorología hay que dotarla también de una mitología. No es preciso que abandonemos aquella capacidad creadora, como la que Victor Hugo extiende a lo largo de toda su novela. La navegación a vela me interesa porque restituye esa relación originaria que en algún momento tuvimos con los elementos de este mundo. Navegar a vela es transformar lo primitivo en algo primordial.

Quedan pocas horas para llegar a tierra firme, y por algunos días abandonaremos el reino del mar, lugar donde el sol se convierte en un faro y las olas son realmente una fruta cultivada por el viento.

Domingo Abelli Ossandón

Cinematógrafo

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