Expedición CASE 22 (IV): Helvetesflya
Hace mil millones de años, todas las grandes masas terrestres de la Tierra sufrieron una colisión que alumbró el supercontinente Rodinia. Por aquel entonces, el este de Norteamérica, el noroeste de Europa y el oeste de América del Sur estaban unidos. Las suturas entre estos continentes se conservan hoy en lugares como las Adirondack de Nueva York y las Tierras Altas de Escocia, aunque sigue siendo un misterio cómo encaja en este supercontinente la región ártica.
Uno de los principales objetivos de nuestra expedición CASE 22 consiste en investigar las pruebas de las antiguas colisiones tectónicas y erupciones volcánicas de Svalbard para ayudarnos a situar la región ártica en este rompecabezas global.
Algunas relaciones geológicas clave, que son cruciales para desentrañar la compleja historia tectónica de Svalbard, sólo se dan en un lugar llamado Helvetesflya («llanuras infernales»), un estrecho corredor entre las dos capas de hielo que cubren la mayor parte de la gran isla remota de Nordaustlandet. Aunque esta zona dista sólo siete kilómetros de Rijpfjorden, el recalcitrante hielo marino bloqueó nuestro paso por la costa septentrional. Esto supuso que nuestra única aproximación fue desde Wahlenbergfjorden, 25 km al sur.
Como las cartas de hielo no daban el menor indicio de retirada del hielo marino, decidimos intentar acceder a Helvetesflya desde el sur. Esta región fue en tiempos una importante cadena montañosa, pero la erosión glacial la ha desgastado hasta convertirla en un paisaje notablemente llano. Sobre este extraño y árido paisaje, tres de nosotros nos aventuramos a dar un largo paseo para ver qué podíamos descubrir.
Nuestro equipo lo formaban Micha, un agente forestal que nos ayuda a evitar encuentros con osos polares (este corredor también sirve de ruta de tránsito para la fauna); Guillermo, el médico residente a bordo del Vinson of Antarctica, que también resulta ser un consumado ultrarunner y atleta de triatlón; y yo, un geólogo que se ha ganado la vida transportando rocas a lo largo de grandes distancias.
Tras ocho horas de marcha con un tiempo relativamente bueno, con mucho cruce de ríos y un desvío inesperado para rodear un gran lago, llegamos a nuestro lugar de estudio en el Djevleflòta («río del diablo»), en Helvetesflya. La moral era alta y a distancia los afloramientos rocosos parecían prometedores. Sin embargo, tras una inspección más detallada, sólo dos de las cuatro unidades de roca del mapa geológico eran claramente visibles. Pasamos unas horas cartografiando la zona y haciendo observaciones de las pocas rocas expuestas. Después, mientras la niebla y la lluvia se abatían desde el norte, iniciamos nuestro largo camino de vuelta.
Más de 20 horas y 60 km después de salir, delirantes y ebrios de cansancio, volvimos a trompicones a la orilla de Wahlenbergfjorden, donde nos recibieron a bordo con una comida caliente y las sonrisas de los compañeros de expedición y la tripulación, que esperaban nuestro regreso. Aunque no descubrimos necesariamente nada revolucionario en Helvetesflya que modificara nuestra concepción acerca del supercontinente Rodinia, documentamos algunas relaciones críticas que se suman al gran mosaico de la comprensión geológica de la región.
La ciencia suele progresar a un ritmo imperceptible, como la erosión de una cordillera. Sólo mediante la acumulación de muchos descubrimientos pequeños es posible efectuar un avance científico significativo.
Timothy Gibson
The CASE 22 Expedition Team
7 de agosto de 2021