La expedición CASE 22 (VI): Helvetesflya
Existen lugares en la tierra en los que todavía pueden vivirse las sensaciones de los exploradores que van hacia lo desconocido. Uno de estos lugares es, sin duda, el archipiélago de las islas Svalbard, rondando el paralelo 80º, a escasos mil kilómetros del Polo Norte.
Llevamos ya 20 días navegando por estas aguas a bordo del Vinson of Antarctica, un magnífico velero de veinticuatro metros botado hace escasos meses, diseñado y construido específicamente para exploraciones polares.
La primera misión del Vinson es una expedición geológica; a bordo vamos once personas. Yo he embarcado en calidad de médico-tripulante, oficialmente para ayudar y cuidar en lo posible de los 4 tripulantes habituales, además de los 6 clientes, 4 geólogos y 2 guías árticos.
Los días se suceden sin la interrupción de las noches. Navegamos entre glaciares y hielos flotantes, por fiordos con atractivos nombres: Smeerenburgfjorden, Randfjorden, Liefdefjorden. El cielo nublado y gris no nos abandona, la temperatura ronda los 0°C y el frecuente viento añade una fuerte sensación de frío intenso. A veces hay niebla, otras una lluvia fina nos cala la ropa de navegar, incluso nieva, en muy pocas ocasiones hemos visto al sol y cielo azul.
La naturaleza es árida y sobrecogedora. No hay árboles, sólo hielo y rocas, entre las cuales sobreviven musgos, líquenes y pequeñas flores valientes. No vemos casi señales de presencia humana; alguna antigua cabaña de exploradores, cazadores o científicos; alguna tumba de antiguos balleneros que nunca regresaron a su hogar.
Sin antenas de teléfono o internet, la desconexión y la sensación de soledad son absolutas.
La falta de actividad humana suele alumbrar una floreciente vida animal, y aquí, a pesar de las condiciones extremas, no es la excepción. Focas, morsas, ballenas, arces, zorros y aves de muy variados tipos nadan, corren y vuelan a sus anchas, incluso hemos visto al majestuoso y temido oso polar.
Hace unos días que navegamos por Hinlopenstretet, el estrecho que separa las dos islas principales del archipiélago. Fondeamos en el extremo más lejano del fiordo Wahlenberg, con tres magníficos glaciares a la vista y con muchos icebergs a nuestro alrededor.
Cada mañana desembarcamos con una de nuestras lanchas a los guías y geólogos donde ellos lo necesiten. Nosotros nos quedamos en el barco haciendo labores de mantenimiento o preparando la comida, pero en alguna ocasión los acompañamos a tierra para estirar las piernas y por salud mental.
Existe un área al norte de nuestra posición que Tim, uno de los geólogos, natural de EE.UU., tiene gran interés en alcanzar, pero el acceso sería por un fiordo situado al norte donde no es posible navegar por hallarse cerrado por mar helado compacto. Es probable que no podamos llegar.
Se plantea a bordo una posibilidad, pues desde nuestro fondeadero actual existe la opción de caminar hasta esa zona a través del istmo que une las dos enormes tierras de hielos perpetuos de la isla de Nordaustlandet. La distancia calculada son 28 km, lo que supondría un total aproximado de 56 km, estimando un ritmo de 3 km/h por terrenos variados de difícil progresión, principalmente rocas y humedales, con algo de nieve, se calculan unas 20 horas entre ir y volver, debiendo sumar el tiempo necesario para la investigación y toma de datos geológicos.
El líder y resto de la expedición aceptan esta opción, la última palabra la tiene el guía que deberá acompañar a Tim. Se trata de Misha, alemán afincado en Austria, con amplia experiencia como guía de montaña y polar. También lo ve factible, así que, tras consultar el parte meteorológico, se acuerda desembarcar e iniciar la caminata al día siguiente a las siete de la madrugada.
A mí siempre me ha gustado caminar largas distancias, y la verdad es que me apetecía estirar algo más las piernas tras veinte días embarcado. Me presento voluntario para acompañarlos y aceptan encantados. Mejor tres que dos.
Cuando empezamos a repasar el plan y las necesidades de material me doy cuenta enseguida de que no se trata de un paseo dominical. Me encargan preparar un botiquín de emergencia. Allí fuera tendremos que ser totalmente autónomos y cargar todo lo necesario en nuestras mochilas. Hay que incluir ropa de abrigo de repuesto, saco térmico de supervivencia y toda la comida que estimemos necesaria. Tienen especial importancia unas botas adecuadas. El terreno puede ser muy húmedo debido al deshielo del verano. También existe una capa subterránea permanentemente helada a un metro de profundidad, el permafrost, que no deja drenar el agua. Además deberemos cruzar ríos y caminar sobre campos de nieve.
El parte meteorológico no es malo, viento suave, nubes y algo de lluvia. Aun así también dejaremos una bolsa de supervivencia en el punto de desembarco (sería imposible cargar con ella todo el tiempo), por si el barco tuviese que abandonar el punto de recogida por algún motivo. En esta bolsa hay sacos de dormir, una tienda de campaña, un fogón de combustible y comida de supervivencia liofilizada.
Misha, nuestro guía, cargará también con una pistola de bengalas y una escopeta. Ir armado es obligatorio en todas partes de las Svalbard. El riesgo de tener un encuentro con osos polares en nuestra excursión por tierra es muy elevado, al hallarnos en una conocida ruta migratoria de estos animales.
Como sistemas de orientación llevamos la brújula (nuestro rumbo deberá ser Noreste) y una carta electrónica de navegación en dos de nuestros teléfonos móviles. Nos aportará información muy fiable sobre relieves, lagos, ríos y hielos, aunque siempre existe la posibilidad de que algunos trechos no estén actualizados.
En cuanto a sistemas de comunicación disponemos de una emisora VHF portátil, teléfono Inmarsat y 2 sistemas InReach de mensajes satelitales. Sabemos, en caso de incidencia grave, que la primera y única opción de rescate sería contactar con la autoridad local, situada en la lejana población de Longyearbyen, y allí, dependiendo de la meteorología, podrían proporcionarnos una evacuación en helicóptero en el plazo de unas horas. Pero al no comunicar nuestra excursión a las autoridades sería mejor no contar con ello.
Preparo mi bolsa la noche anterior y voy a dormir con cierta inquietud, con la ansiedad de la aventura ya muy cercana.
A las 06:00 h ya se han levantado José, Joana, Kenneth, Karsten y Chris. Nos preparan un desayuno espectacular de tortitas y nos ayudan con los últimos preparativos. Pongo mi comida en una bolsa impermeable. Serán dos pequeños sándwiches, 2 huevos duros, una manzana, 10 barritas energéticas y 6 galletas. Caliento agua en un termo y le añado una bolsa de té, ya conozco el valor de una bebida caliente allí fuera.
Nos llevan a tierra en lancha. Desembarcamos procurando no mojarnos, porque unos pies húmedos pueden suponer un grave problema en una caminata tan larga. Dejamos preparada la bolsa de supervivencia en la orilla, nos hacen una foto inmortalizando el momento y nos damos un abrazo de despedida con los que nos han acercado a tierra.
A las 07:30 h empezamos a caminar rumbo a lo desconocido.
Superamos el primer monte sin problema, el terreno rocoso es complicado, pero la altitud y desnivel son escasos. Al mirar atrás admiramos el paisaje de los fiordos, glaciares y al querido Vinson fondeado, nuestro hogar por estos lares, que queda atrás.
Pronto perdemos de vista el mar y nos vemos rodeados de grandes extensiones de desierto ártico. Montes, nieve, hielo, rocas… colores oscuros manchados con el blanco de la nieve y el hielo, donde el verde es muy escaso. Las rocas son de diferentes tonalidades y formas según la zona. A veces adoptan disposiciones de empedrados geométricos, formados por la fuerza del hielo y del tiempo.
Vamos superando dificultades, buscamos pasos seguros a los ríos profundos y procuramos evitar hielos de consistencia dudosa. De vez en cuando paramos a orientarnos, descubrimos lagos y ríos que no existen en el mapa, o simplemente son mucho mayores de lo esperado. Me gusta caminar así, improvisando y superando dificultades, sin saber con exactitud qué encontrarás tras la siguiente colina.
El ambiente entre nosotros es muy bueno, hablamos bastante, nos preguntamos por nuestras vidas, al final somos tres desconocidos de tres países diferentes caminando en la soledad absoluta. A veces nos quedamos en silencio un buen rato, también es agradable escuchar tus propios pasos mezclados con el rumor del viento.
Hallamos un lugar un poco resguardado y nos sentamos a comer algo, las galletas de chocolate, las buenas, adquieren un valor descomunal. En este momento pienso que no llevo encima dinero ni tarjeta de crédito; no estaban en mi lista, aquí no sirven de nada.
Después de diez horas caminando casi sin descanso nos aproximamos a la zona que le interesa a Tim. Se le nota, sus movimientos son más ágiles, acelera el paso, cruza los ríos alegremente, descalzo para no mojarse los calcetines y las botas. Nos reímos de él, le decimos que le empuja la fuerza de la ciencia.
Llegamos por fin al lugar deseado, son unas pequeñas islas de rocas negras, volcánicas, en el océano de la inmensidad de la tundra. Hemos caminado veintiocho kilómetros para llegar aquí. Tim sonríe abiertamente, sólo había podido ver este lugar por fotografías aéreas. Desenfunda su martillo de geólogo, su cámara de fotos, su libreta de notas; centra toda su atención en sus rocas.
Misha y yo subimos a lo más alto del montículo negro para tener una mejor panorámica, para poder ver a cualquier oso que pudiese acercarse. Da gusto ver trabajar a Tim, se le ve entregado y apasionado, sin duda ha valido la pena el esfuerzo.
Desde nuestro puesto elevado de observación podemos ver los fiordos del norte, estamos a unos siete kilómetros de la costa marítima septentrional. Con los prismáticos distinguimos algunos icebergs flotando en una bahía e islas en el horizonte.
Tras una hora trabajando, Tim nos dice que ya tiene suficiente y que podemos iniciar la vuelta. De camino pararemos en otras estructuras rocosas que le interesan, así que regresamos por otra zona que no hemos cruzado, situada más al este.
Llueve de forma continua, nuestras mochilas van protegidas con fundas impermeables y llevamos el cuerpo cubierto con cortavientos de goretex sobre ropa térmica y gorros de lana.
Hablamos menos, se nos empieza a notar el cansancio. A partir del kilómetro cuarenta Misha cojea abiertamente, creo que las botas de goma que lleva le están haciendo daño en los pies. No se queja, se le ve acostumbrado al sufrimiento; no nos decimos nada. Carga el rifle en el hombro -me consta que pesa bastante-, pero sé que no aceptaría que yo se lo llevara.
En esta época del año el sol no se pone. Aun así, durante las horas nocturnas, la luz decae como si se tratase de una puesta de sol, lo que, añadido a la niebla que nos rodea, transmite una angustiosa sensación de falta de visibilidad. Al no tener referencias del terreno nos guiamos por el rumbo, vamos hacia el SW, encontramos nuevas barreras en forma de ríos, nieve, hielo y paredes de rocas sueltas, el cansancio nos hace a veces querer acortar por zonas que quizá no son seguras, pero por suerte siempre alguno de los tres aporta la cordura necesaria para buscar el paso más firme.
El sueño, mezclado con la poca luz y la niebla, empieza a jugarnos malas pasadas: una roca especialmente blanca, o un reno corriendo, que la mente transforma rápidamente en un oso polar agazapado en nuestro camino.
La cojera de Misha empeora y empieza a hacer mala cara. Me preocupa, alguna vez nos contesta en alemán olvidando que sólo entendemos inglés. A Tim se le ve fuerte y va muy bien. Yo aguanto también, pero empiezo ya a soñar con el momento de sacarme las botas mojadas y con un vaso de chocolate caliente.
Superamos otro río buscando la zona más segura, subimos otra montaña, ¿será la última? Es fácil desorientarse, no hay referencias. No hay sol, no hay estrellas. Misha se retrasa un poco. Avanza serio y con la mirada fija al frente. Por un momento me recuerda a un soldado que, con el rifle colgado del hombro, vuelve derrotado de una batalla. Tim va delante, nos guía con el mapa. Yo voy en medio, controlando de reojo a Misha.
Y al fin, tras 60 km de camino, llega el último monte. La niebla escampa y ya vemos el perfil de la costa. A medida que descendemos, la visibilidad mejora mucho y aparece, flotando plácidamente, el perfil del Vinson of Antarctica. ¡Hemos vuelto a casa!
Contactamos con el barco por el canal 69 de la VHF. A pesar de ser las cuatro de la madrugada nos contestan enseguida. Llegamos hasta la orilla, al lugar donde dejamos la bolsa de supervivencia. Nos abrazamos al tiempo que aparece la lancha del barco. Otro abrazo, otra foto, sin duda en esta seguramente nuestra cara será diferente.
En el barco nos esperan unos cuantos despiertos con ganas de escuchar nuestro relato, nos felicitan y nos dan lo que saben que necesitamos: ropa seca, bebida caliente y otro desayuno espectacular. Unas cuantas horas de descanso en la litera harán el resto.
Han sido un total de 61,6 km, 20 horas y 30 minutos andando por el desierto ártico, sin ver a nadie, con el riesgo de perdernos, de ser devorados por un oso, ¡todo por la ciencia!
Para mí ha sido una aventura de las de antes, de las que me gusta leer, de las que recordaré.
Guillermo Cañardo,
médico de a bordo
7 de agosto de 2021