La suerte del último día
Después de treinta días sin viento, veintiséis de ellos con nubes bajas y/o niebla densa, hemos terminado el proyecto geológico alemán GBR Case 22. Nos encontramos en el muelle de Longyearbyen.
Aunque las condiciones no fueron desagradables, el hecho de que la mayoría de los días fueron de calma en este «desierto polar» permitió a los investigadores desembarcar a diario, así que contamos con 1,5 toneladas de rocas como prueba de nuestro esfuerzo. Se descargará a proa con la ayuda del aparejo en KM Yachts, en Makkum, donde las almacenarán y entregarán al instituto de Hannover, donde se procederá a su trituración y laminado extraordinariamente fino para su posterior análisis a lo largo de los próximos años, lo que contribuirá a determinar su composición y origen: más elementos para un rompecabezas geológico de infinitas piezas.
Mencionar que, en comparación con el lejano sur, la fauna de esta zona es escasa en el mejor de los casos. Trato de imaginarme manteniendo ocupada e interesada a una embarcación llena de clientes turistas, ya que vimos poco más que aves marinas y algunos pequeños grupos («manadas» sería estirar el uso de esa palabra) de renos. Un día, una pequeña vaina de ballenas belugas pasó junto al barco. Sólo divisamos morsas en abundancia cuando navegamos (una de las pocas veces que lo hicimos a vela) cerca de isla Moffen, que es una zona de cría restringida de morsas. En cuanto a los animales grandes, en Svalbard uno debe conformarse con lo que hay.
Los osos polares fascinan desde siempre a los visitantes, y de un tiempo a esta parte las campañas publicitarias de los cruceros se abstienen de garantizar avistamientos, limitándose a anunciar que existe la «posibilidad» de avistarlos.
Llevamos escopetas de pistón cargadas con bala destinadas a la autodefensa, así como pistolas de señales con bengala sonora a modo de disuasión. Pero llevar una arma al hombro cada vez que pones un pie en la orilla sin ver nunca un oso polar hace que te relajes.
Sin embargo, tuvimos un toque de atención el último día de viaje, estando en el fiordo de Kross, no muy lejos de Longyearbyen. José, Guillermo y yo desembarcamos en un pequeño promontorio de morrena glacial para cambiar una de las cámaras trampa de Tom Hart. Tom, que es «pingüinólogo» de la Universidad de Oxford, es pionero en la colocación de estas cámaras frente a las colonias de pingüinos para registrar las actividades y las condiciones meteorológicas durante todo el año. En los últimos años ha colocado cinco en Svalbard frente a las colonias de gaviotas y araos, situadas siempre en acantilados escarpados. La cámara se coloca sobre un trípode empotrado en el suelo. Las pilas duran un año, por lo que hay que cambiarlas anualmente y retirar el chip de memoria antiguo e introducir uno nuevo (o una cámara completamente nueva, en nuestro caso).
No hubo ningún problema para localizar la ubicación de la cámara gracias a su posicionamiento GPS, con cuatro decimales de grado. La vimos desde el Vinson of Antarctica, pero cuando los tres desembarcamos con el bote Bombard no pudimos verla, sólo el trípode. Tras una caminata de diez minutos por la morrena, la encontramos en el suelo, arrancada de su soporte y con la abrazadera doblada 90 grados. Suponemos, sin más pruebas que las evidentes, que el responsable debía ser un oso.
Guillermo y José volvieron a bordo para conseguir más herramientas y un taladro para hacer un montaje in situ, dejándome en tierra con la escopeta. Trabajamos rápido y, antes de volver al Vinson, echamos un ojo a una cabaña en ruinas situada a no más de 50 metros, pero fuera del alcance del trípode. No había nada de interés y quedaba abierta a la intemperie.
De vuelta a bordo, devolvimos el Bombard a su posición colgado sobre la cubierta de proa y reanudamos nuestro camino, pero no había pasado ni un minuto cuando un oso enorme salió a la superficie junto al barco, por el costado de babor. Esto provocó un pandemonio tanto en cubierta como bajo cubierta: todos los tripulantes trataron de verlo nadar en la dirección de la que acabábamos de llegar con el bote.
Manteniendo la distancia, detuvimos la embarcación y observamos con prismáticos (todos los prismáticos con que contábamos a bordo empeñados en esta labor) cómo este gigante, que se reveló como un gran macho, nadó hasta la orilla, subió con facilidad una empinada ladera de pedregal hasta la morrena y se dirigió directamente a la cabaña. Olfateó a conciencia allí y luego se acercó al trípode mientras lo mirábamos con incredulidad. Creí que la cámara mordería también el polvo, pero no fue así y el oso bajó de nuevo por la playa para dirigirse directamente a nuestro punto de desembarco, siguiendo obviamente nuestro rastro.
Como observadores, esto resultó ser una experiencia pasiva, pero uno no puede dejar de pensar en lo que habría ocurrido si hubiéramos seguido allí haciendo el tonto con el trípode. Debido a lo escarpado del terreno, hubiésemos tenido muy poco margen de reacción si llega a hacer acto de presencia.
Aunque éste fue el último día y fue una jornada memorable, aprendimos una lección. No des nada por sentado y manténte en guardia en todo momento, con el «tirador» siempre a punto sin que haga nada más.
Skip Novak
Líder de expedición,
15 de agosto de 2021