Bjørnøya / Isla del Oso
La aproximación a Bjørnøya, isla del Oso, fue algo muy esperado. Quienes estábamos en la cama, o en cubierta, haciendo guardia, acudimos en cuanto se nos pidió.
Salimos de nuestras literas con los ojos abiertos en plena llovizna y nos encontramos con un muro de nubes que ocultaba los grandes acantilados costeros.
Las aves llenaban el aire. Las bandadas se posaban en las aguas tranquilas mientras escuadrillas de alcaudones volaban en formación. Nos asomamos a la penumbra del cielo gris, ocultando nuestra decepción de que aquello fuese todo cuanto podíamos ver.
Sobre nosotros asomó una mancha de cielo azul que se reflejó en un trecho de agua próximo a la isla. Entonces, mágicamente, se arremolinaron coronas de niebla y nubes, levantándose y evaporándose para revelar las enormes caras de los acantilados. El aire estaba poblado de fulmares grises, gaviotas tridáctilas, alcaudones y araos, enfrascados todos en la veraniega labor de alimentar a sus crías.
La luz del sol caía a través de esta brecha justo enfrente nuestro. Era como si la isla nos permitiera esta única vista de su majestuosa belleza.
En la cala de Sorhamna había amarrado un diminuto yate, ¡qué fondeadero para descansar!
Un mortecino arco iris dibujaba un arco en el cielo y otras aves recorrían volando su trazado de luz argéntea, haciendo gala de la velocidad y soltura de su vuelo.
Fotografías de K. Perdigón
Este avistamiento fue efímero y emocionante para los que no estábamos familiarizados con Bjørnøya, con sus extraordinarios y altos acantilados, con sus ondulantes promontorios. Algunos de los tripulantes compartieron sus recuerdos de visitas pasadas.
Para todos nosotros fue un momento culminante de la travesía. En menos de 20 minutos, las nubes y la niebla cerraron hasta envolver la isla como si de un secreto misterioso se tratara.
Jennifer Coombs
tripulación de traslado,
Isla del Oso, 5 de julio de 2021