¡Bienvenidos, Arturo y Tito!
Estas fotos pertenecen a lo que ya es un momento importante en la historia del Vinson. Ocurrió hace un par de semanas. Tras cincuenta días de nuestra partida de KM Yachtbuilders en Holanda, llegamos al pueblo más austral del planeta, Puerto Williams.
Por un lado, tuvo lugar la bienvenida a Tito y Arturo. El núcleo de este proyecto es una estrecha colaboración con Cedena PW (Club de Deportes Náuticos de Puerto Williams), organización sin ánimo de lucro desarrollada por el chileno Nicolás Ibáñez Scott, que tiene como objetivo complementar la educación de niños y jóvenes a través de los valores de la navegación a vela. Desde que nació el Vinson of Antarctica, se decidió que el buque formaría a algunos de sus jóvenes marineros en el oficio. Arturo y Tito han sido los primeros. Así es cómo estos dos jóvenes marineros de la Región Magallánica y Antártica Chilena se sumaron a la tripulación del VoA en el que probablemente ha sido el viaje más largo del barco. En ese día tan especial, el pueblo, la armada, la comunidad de navegantes y sus compañeros de escuela de vela quisieron acompañarlos en sus últimas millas antes de llegar a casa. Fue hermoso, extraordinario.
Por otro lado, en Puerto Williams también se conocieron Nicolás Ibáñez y Skip Novak. Fruto de esa conexión surgió la idea de relacionar la exploración y la educación a través de un barco escuela. Esto fue hace algún tiempo, y durante estos años, un gran equipo de profesionales ha estado trabajando en conjunto para hacerlo realidad. La mayor parte del proyecto se ha desarrollado en el hemisferio norte, pero todos sabían que trabajaban en un barco que con el tiempo tendría su base en las latitudes más meridionales del planeta. Después de concebirlo, de su construcción y de su primera expedición científica en el Ártico hace sólo cuatro meses, alcanzar este punto tan simbólico era también algo notable y digno de celebración. El barco llegó a la región del cabo de Hornos; el proyecto había comenzado por completo.
Nuestra última escala fue Punta del Este, en Uruguay, hace unos nueve días, y desde un par de días antes de llegar a la zona, empezamos a coordinar la hora de entrada del barco para navegar la última milla junto con los niños de la escuela de vela. Tuvimos que reducir la velocidad del barco para ajustar nuestro paso por el estrecho de Le Maire con el viento y la marea adecuados. El canal de Beagle nos recibió con honores (entre treinta y cuarenta nudos y corriente en contra), pero a pesar de eso llegamos con tiempo de sobra. Había que esperar; podíamos parar en algún sitio. Finalmente, tras pasar muy cerca del islote Snipe al atardecer, llegamos a isla Navarino. Tito dirigió el barco hacia la caleta Margarita, y allí largamos el ancla. Después de siete semanas en el mar, nos rodeó la quietud, la paz y el silencio de un refugio natural.
Después de dos meses, estas fueron nuestras últimas horas juntos. Marta y el resto del equipo organizaron un almuerzo de despedida en honor a los dos aprendices de navegante. Pensamos que preferíamos despedirnos en este escenario privilegiado que en la ajetreada situación de un barco que acababa de llegar a puerto. Así que, tras el brunch de despedida y unas palabras de todos a bordo, empezamos a preparar el barco para la llegada.
No todos los días se puede vestir un barco de etiqueta. Recuerdo que la tripulación compró en Holanda cuatro códigos de bandera internacionales al completo para vestirlo en ocasiones especiales. Sentíamos que algún día lo necesitaríamos, y fue fascinante darse cuenta de que había llegado el momento. Un vestido como homenaje a la región, al propietario del barco, a los diseñadores, a los constructores de barcos, a la escuela de vela y a la comunidad náutica, a los otros barcos de la compañía y a sus tripulaciones, y al equipo de Base Barcelona.
Nos dirigimos al paso Mackinley en una tarde preciosa, soleada y extraordinariamente tranquila. Los barcos de la Armada chilena que pasaban por allí se comunicaban por radio para felicitar a los alumnos por su viaje. En cuanto pudimos ver el pueblo a través de los prismáticos, divisamos los optimist y demás embarcaciones que navegaban hacia nosotros. El resto es historia, muchas emociones y las bocinas de los barcos sonando largo y tendido.
Fotografías de Gabriel Leiva