El Mate

Son las seis menos cuarto de la mañana. Suena el despertador y bajo de la litera. Todavía dormido saludo a la guardia que está en el pilothouse y bajo a la cocina. Es la última guardia de la noche o la primera de la mañana, según se mire.

Mientras el sol asoma por el horizonte, caliento un poco de agua y reúno lo necesario para el mate.

Aparecen mis compañeros de guardia. A las palabras aún les cuesta salir, el cuerpo se despereza. Acerco el termo y el mate a una luz para ver cómo cae el agua. Empieza un nuevo día a bordo del Vinson.

Mi mate es pequeño y con cientos de historias que pasaron por su «pancita». Sólo él sabe todos mis secretos. Me supo entender cuándo tenía que reutilizar la yerba secándola al sol, o cuándo sobraba y siempre estaba espumoso. Lo encontré hace unos veinte años dentro de una caja, en un altillo abandonado. Me gustó su forma redonda. Recuerdo que era verano, y en mi primera travesía pensé en llevarlo conmigo por su tamaño. Desde entonces, siempre me acompaña. 

La del mate en el mundo es una larga historia. Parece que el nombre viene del guaraní, unos pueblos originarios que habitaban en la triple frontera entre Paraguay, Brasil y Argentina. Mate era el nombre que usaban para llamar a la calabaza donde se infusionaba la yerba mate. 

Esta hierba crece en el clima cálido y húmedo de esa región. Sus hojas se muelen y tratan de diferentes modos. La técnica para tomar mate es muy simple: una bombilla que hace de filtro, un recipiente para poner la yerba, que puede ser incluso un vaso, y agua caliente.

Hacer un mate es una cosa simple, la complejidad se la da cada uno.

Navegar es un modo de vivir. A bordo del Vinson recorremos mares y océanos, acogiendo a gente que lleva a cabo proyectos específicos, por ejemplo misiones científicas. Pero siempre hay, en el mar, a bordo de un velero, momentos de pausa, de contemplación, en que se pierde incluso la noción de tiempo. Momentos para tomar un mate. Porque el mate requiere de algo valioso: tiempo. 

Descubrí el mate cuando era chico; un día mi papá compró una mesa para el jardín de casa con la única finalidad de tomar los mates de la tarde disfrutando cómodamente del verdor de los árboles. Esa mesa se llenaba de cosas ricas, saladas o dulces dependiendo del día. Mi mamá utilizaba la «pava» (tetera) en lugar del termo y ponía el agua muy despacito cerca de la bombilla. Eran amargos, no los endulzaba con azúcar o miel. La charla y el mate iban de la mano, se hablaba de lo cotidiano, se compartía la vida. Así crecí, escuchando hablar a mis padres mientras bebían mate.

Así quedó en mí este modo de compartir una charla con un mate de por medio.

Estamos navegando rumbo sur, vamos a Patagonia desde Holanda, la tripulación es variada, de procedencias distintas. Cada persona tiene su cultura que trajo a bordo, nos estamos conociendo, todos tenemos un inmenso amor por el mar. Surgen las charlas, los puntos de vista que cada uno aporta y, como cuando era un niño, está presente el mate. Esperan su turno, hablan y siguen escuchando. Los participantes se miran a los ojos, el tiempo se detiene para escuchar. El mar frena el tiempo. El mate gira dentro de la charla, y la gente se entiende.

Es hermoso ver cómo algo no tiene nación, no tiene fronteras. Cómo una canción puede adoptar un ritmo diferente y seguir siendo la misma canción. La vida tiene muchos modos de vivirla. Es la variedad de colores lo que hace de este mundo un paraíso.

José Gritti

Tripulante

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