Pyramiden
Un paseo por una ciudad fantasma en el Ártico.
Estábamos a punto de finalizar la Expedición alemana BGR CASE 22 después de treinta días dedicados a la geología. Partimos del norte del archipiélago de Svalbard con suficiente antelación para disponer de algo de tiempo por si debíamos afrontar algún imprevisto. Pero todo fue como la seda y, tras doblar Oscar II Land, arrumbamos a una bahían envuelta en niebla. El esfuerzo estaba dando sus frutos: un viaje turístico por el fiordo central de Spitzbergen. ¡Íbamos a Pyramiden!
Nuestros dos líderes, Skip y Karsten, habían estado allí con anterioridad, y sugirieron que podíamos acercarnos a un muelle. Así que después de pasar todo el mes en el mar o fondeados, echamos mano de las amarras en el pique de proa y abarloamos el Vinson of Antarctica a un deshabitado muelle de madera.
Pyramiden es un monte, una mina y un experimento soviético abandonado. Todos a bordo habíamos leído y visto imágenes al respecto. Mi amigo Guille la había visitado años atrás y me enseñó una espléndida filmación de las calles, los edificios desiertos y las poquísimas personas (menos de una docena de rusos) que viven allí. Pero no sé muy bien por qué, quizá por la mortecina luz de esa mañana, el lugar parecía aún más descorazonador de lo que había imaginado.
Desembarcamos y anduvimos por el camino que conecta los muelles a las calles vacías. Este pueblo fue diseñado por los soviéticos como una miniatura de lo que ellos consideraban la sociedad perfecta. Cientos de hombres duros arrastraban sus cuerpos robustos por los diminutos y oscuros pasillos del interior de la montaña, donde extraían el mineral que infundía energía al sueño de su país. A cambio, ellos y sus familias vivían en una comunidad con todo tipo de actividades; casas cómodas con calefacción central; todo tipo de instalaciones para el ocio: piscina olímpica, teatro, ballet, cine, pistas deportivas, música y una biblioteca impresionante. Todo era gratis, incluida la comida, incluso el caviar. Sólo había que usar el dinero en el pub, en el barra.
Todo fracasó hace décadas. Todo parece congelado en el tiempo y el espacio. Estábamos rodeados por las calles y edificios desiertos, por las paredes que eran testigo de esa especie de civilización extinta. Comimos un menu ruso en el hotel vacío: bursh y cerveza local. Jugamos al fútbol y al baloncesto en las pistas deportivas, visitamos la silenciosa sala de teatro, seguimos los pasos de los mineros de la ciudad al muelle. Se trata de un lugar extraño con una energía muy peculiar. Una ciudad abandonada que invita a la reflexión.
Algo más que una ciudad fantasma.